El proceso para elegir al nuevo Papa es uno de los momentos más solemnes y cargados de simbolismo dentro de la Iglesia Católica. En el cónclave, los cardenales electores se reúnen a puerta cerrada en la Capilla Sixtina para seleccionar al sucesor de San Pedro. Regido por la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por el papa Juan Pablo II en 1996, el cónclave es un proceso de alta trascendencia que se desarrolla bajo estrictos protocolos. A continuación, te contamos paso a paso cómo se lleva a cabo esta elección.
Preparativos: la llegada de los cardenales
El cónclave comienza con la llegada de los 133 cardenales electores, aquellos menores de 80 años, a la residencia de Santa Marta, dentro del Vaticano. Allí, se alojarán durante el tiempo que dure la elección. Al inicio del primer día, los purpurados participan en una misa solemne en la Basílica de San Pedro, que marca el inicio del proceso.
Por la tarde, ya ataviados con el hábito coral, los cardenales se congregan en la Capilla Paulina, desde donde inician una procesión hacia la Capilla Sixtina, un momento cargado de simbolismo, pidiendo la ayuda del Espíritu Santo para elegir al nuevo Pontífice.
Una vez dentro, los cardenales prestan juramento con la mano sobre el Evangelio. El maestro de ceremonias, de acuerdo con la tradición medieval, pronuncia la famosa frase “extra omnes” (todos fuera), indicando que aquellos que no forman parte de la elección deben abandonar la sala. Las puertas se cierran, asegurando que no haya influencias externas durante el proceso.
La elección: el voto secreto
El cónclave se lleva a cabo bajo una estricta confidencialidad. Tres cardenales son seleccionados como escrutadores, tres más como infirmarii (responsables de recoger los votos de los cardenales enfermos o con movilidad reducida) y tres revisores, encargados de verificar que los votos se cuenten correctamente.
Cada cardenal recibe una papeleta con la inscripción «Eligo in Summum Pontificem» («Elijo como Sumo Pontífice»). En el reverso, los votantes escriben, de manera ilegible, el nombre de su candidato. El voto se realiza en un acto solemne: cada cardenal, de uno en uno, se dirige al altar, levanta su papeleta para que sea visible y pronuncia un juramento en latín: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”.
Una vez realizada la votación, la papeleta se deposita en una urna frente a los escrutadores, se inclina ante el altar y regresa a su asiento. Aquellos cardenales que no puedan acercarse al altar entregan su voto a un escrutador, quien lo deposita por ellos.
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El escrutinio: el conteo de los votos
Con todos los votos recogidos, se inicia el escrutinio. Un escrutador agita la urna para mezclar las papeletas y las transfiere a otro recipiente para su conteo. Los votos se leen en voz alta y se perforan en el punto donde se encuentra la palabra “Eligo”. Tres escrutadores anotan los nombres mientras que otros revisan que no haya errores.
Si ningún cardenal obtiene dos tercios de los votos, se realiza una nueva ronda de votación. Esto se repite, con hasta dos votaciones por la mañana y dos por la tarde, hasta que se consiga la elección del nuevo Pontífice. Si después de tres días no se ha elegido a un nuevo Papa, el proceso se suspende para un día de oración.
A medida que las votaciones avanzan, las papeletas y las notas de los escrutadores se queman en una estufa. La chimenea visible desde la Plaza de San Pedro expulsa humo negro cuando no se ha alcanzado una decisión, y humo blanco cuando se ha elegido al nuevo Papa. Este es el famoso momento de la fumata bianca, que es la señal para los fieles congregados en la plaza.
Una vez alcanzados los dos tercios de los votos, el cardenal elegido responde a dos preguntas del decano: “¿Aceptas tu elección canónica para Sumo Pontífice?” y “¿Cómo quieres ser llamado?”. Si el cardenal acepta, se convierte en el nuevo Papa y Obispo de Roma.
A continuación, todos los cardenales se acercan uno a uno al nuevo Papa para expresarle su respeto y obediencia. En el balcón de la Basílica de San Pedro, el cardenal protodiácono pronuncia las palabras “Habemus Papam” (Tenemos Papa), y el nuevo Pontífice se presenta a los fieles, impartiendo su primera bendición “Urbi et Orbi” (A la ciudad y al mundo).
Este proceso, tan lleno de rituales y simbolismo, asegura que la elección del nuevo Papa se haga de manera solemne, reflejando la continuidad de la tradición y la fe de la Iglesia Católica.