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«Se han vuelto locos»: Coche, el artista tucumano que homenajeó al Diego en la meca maradoniana

El artista callejero cumplió su sueño y pintó un mural de Maradona en Nápoles. El camino que lo llevó de dibujar cuando se aburría en el laburo a plasmar su arte en la meca de la devoción maradoniana: “El grafiti le aporta identidad a una ciudad”. Por Exequiel Svetliza.

Todo empezó hace casi 20 años atrás como una manera de gambetear la rutina de un laburo demasiado empigante. Leandro Fernández trabajaba en un call center y, cada vez que podía, dibujaba. Valiéndose de las planillas de trabajo como carpeta improvisada, creaba personajes singulares y anónimos que luego aparecían desparramados por todos los rincones de la oficina. Apariciones misteriosas y graciosas que generaban sorpresa entre sus compañeros y la indignación de los jefes, pasmados ante el enigmático dibujante. En aquel entonces, Leandro todavía no era Coche ni había hecho de su arte una marca fácilmente reconocible en las paredes de Tucumán; dibujos que ya son parte del paisaje urbano y de la identidad de la provincia. En aquel momento no podía imaginar que dos décadas después sus trazos llegarían hasta la ciudad italiana de Nápoles para cumplir con un sueño: homenajear a Diego Armando Maradona ahí donde fue amado y santificado. Hoy, alguien pasa sonriendo frente a esa imagen de héroe de historieta made in Tucumán. Alguien se emociona. Alguien se persigna en un gesto de profundo agradecimiento. Y a Coche la mirada se le empaña de lágrimas. 

“Empecé a hacer dibujos como una forma de ponerle onda a ese mundo horrible. Ese año y medio que trabajé en el call center fue un año y medio de sufrimiento. Me acuerdo que dejaba dibujos por todos lados y nadie sabía quién era el que los hacía. Después ya empecé a salir a la calle a hacer pegatinas con los personajes que dibujaba… Era algo que me daba mucha adrenalina, que me divertía mucho. Al poco tiempo empecé a experimentar también con los aerosoles y arrancó el romance con todo ese mundo del vandalismo y la cultura del grafiti. Hoy me considero grafitero porque me inspiro mucho ahí”, rememora Leandro desde Nápoles, en una pausa de esa gira itinerante que lo llevará muy pronto también por Roma, siempre con la ilusión de dejar la marca de su arte en las paredes.  

Allá por el 2006, mientras Leandro buscaba zafar del tedio de la oficina, las calles de San Miguel de Tucumán comenzaron a poblarse con sus personajes: unos changuitos sonrientes y mofletudos con esos ojos grandotes y expresivos típicos de los dibujos animados asiáticos; seres de una picaresca autóctona. Esos que por acá conocemos como “coches”. Su nombre artístico nace de esa forma bien tucumana de nombrar y fue fruto de la casualidad: “En el 2008, cuando quiero dar el salto a la digitalidad, le llevo los dibujos a un amigo que tenía scanner y él, al momento de mandarme los archivos, los nombró como Choche 1, Coche 2, Coche 3 y así… Entonces los bauticé como Coches a los personajes y se me terminó pegando.  En el folclore del grafiti se usa eso de llamarse como firmás tus obras y la gente me ha empezado a decir Coche a mí… Y ahí quedó el personaje, inconscientemente quedó muy tucumano. Es gracioso porque ya es como tucumano de más, ya molesta de lo tucumano que es porque, cuando vas a otras partes, a todo el mundo se lo tenés que explicar”. 

Coche no tardó demasiado en codearse con otros artistas urbanos reunidos en torno a los UKZ, una tribu de jóvenes skaters, grafiteros y cantantes de freestyle que se convocaban en la Plaza Urquiza. “Nunca he formado parte de la pandilla, pero ellos fueron los primeros que conocí que pintaban y usaban aerosoles. Al juntarme con ellos, me he animado a llevar mi arte y mi estilo a la calle. Creo que esa fue la primera gran oleada del grafiti tucumano”, comenta y tira algunos de los nombres que fueron parte de esa movida que irrumpió con fuerza en la escena urbana local: Cuore, Relo, Ian y Guo, entre tantos otros. 

“Desde que soy niño dibujo, diría que es como una necesidad fisiológica. Lo que me gustó del arte callejero es que, a diferencia de otras disciplinas que son muy individuales, esta es una rama de las artes visuales donde se comparte mucho con otros artistas. A mí siempre me ha gustado eso de compartir y trabajar en grupo”, revela el artista de 40 años que tuvo entre sus primeras grandes influencias a su abuelo, el también artista Víctor Fernández.  Gracias a él se acercó al mundo del cómic y del humor gráfico: “Siempre fui un niño nerd al que le gustaba el animé y el comic. Mi abuelo en su atelier tenia miles de revistas de historietas y comics: la Sex Humor, la Fierro, Skorpio… él me ha mostrado todo eso y para mí fue un flash, todo el tiempo estaba mirando esas revistas. Creo que tengo un estilo más parecido a la caricatura, no hago realismo, el mío es más un estilo libre, medio manga, medio anime… tengo mucha influencia de eso: personajes cabezones, con ojos grandes, líneas bien definidas…”. 

A esa influencia de su abuelo se sumaron tiempo después los aportes del ámbito académico cuando cursó la carrera de artes plásticas. Aunque en un principio se inclinó por la escultura como disciplina, pronto se encontró con ese lenguaje donde se conjugan sus dos grandes amores: el arte y las calles. “Una vez en la facultad me anoté en un concurso de mural escultórico, ese fue mi primer contacto con pintar en la calle que es algo que me encanta. Sentí al toque que eso era lo que me gustaba y lo que quería hacer”. 

Con la ciudad como lienzo, los artistas callejeros hacen del espacio público un territorio donde se disputan lenguajes y sentidos. Para Coche, las intervenciones de dibujantes y grafiteros ya son parte de la identidad de la capital tucumana: “Pintar en la calle es una lucha eterna; una tensión entre distintas fuerzas que siempre van existir. Tenés a los publicistas con sus carteles queriendo venderte el autito nuevo, un producto que te lo ofrece siempre una chica linda o lo que sea. Y, por otro lado, los artistas tenemos el deber de mantener la cultura de un lugar viva y fuerte, en este caso de Tucumán… Es una tensión constante: ellos tienen el poder del billete, y nosotros el de la pasión. El grafiti le aporta identidad a una ciudad”. 

En paredes de San Miguel de Tucumán y de Tafí Viejo. En stickers que se pegan en celulares y termos. En esos afiches de la Bailunga que los más jóvenes tienen en sus habitaciones. El arte de Coche se ha vuelto ya parte de la vida de los tucumanos quienes se han familiarizado con esos personajes coloridos de ojos saltones. Para el artista, su estilo rompe con los gustos de un público que tiende a preferir las formas de representación realista: “Por lo general, a la gente le gusta más la mimesis. Cuando ven un mural que les gusta lo primero que dicen es ‘lo ha sacado igual’, nunca te dicen ‘che qué bien que dibujás’. Se trata de un estilo que por ahí tienden a menospreciar en relación al realismo, no la gente que ya sigue mi obra, sino aquellos que todavía no me conocen… Te dicen que parecen dibujos para niños o con una estética parecida a la de Cartoon Network, para mí eso no tiene nada de malo, me gustan los dibujos que tienen esos colores y esa dinámica”. 

Con la singularidad de su estilo y un sueño a cuestas, el artista tucumano recaló en Nápoles; tierra santa maradoniana. 

Hay un lugar en el mundo donde Maradona es más D10S que en ninguna otra parte. Ahí donde, gracias al portento de su fútbol, logró desplazar al mismísimo San Genaro, el santo patrono de la ciudad, en materia de milagros. Ahí derrochó felicidad entre quienes raspan la olla de la alegría y ahí lo recuerdan como una bendición extraordinaria. Una maravilla irrepetible. Una revancha histórica para los más relegados del mapa. Ahí lo veneran sin miramientos. Ahí le dejan flores y plegarias, llantos y besos, ofrendas y canciones. Para cualquier maradoniano de ley, Nápoles es la meca; la tierra santa que hay que visitar para el ansiado reencuentro con el aura mágica del ídolo. Y Leandro es maradoniano; un maradoniano que acaba de cumplir con un mandato místico, un sueño, una profecía. 

“Yo siempre he sido un enamorado del maradonismo… soy un militante loco por Maradona. Diego es una persona que siempre me genera muchas cosas buenas. Lo primero que he pensado cuando vine a Europa fue: tengo que hacer un grafiti en Nápoles”, confiesa Coche con una emoción indisimulable tras lo que considera un auténtico hito personal: “Lo siento como la realización de un gran anhelo que tenía”. 

En el corazón de Nápoles se encuentra el populoso barrio Quartieri Spagnoli. Un laberinto de estrechas callecitas adoquinadas y altos edificios antiguos con tendederos en los balcones; construcciones coloridas tan apiñadas que el sol apenas logra escabullirse entre los recovecos. Ahí, en esa barriada con fama de peligrosa, se levanta el santuario maradoniano que se ha generado alrededor de un viejo mural de Diego pintado sobre una de las caras laterales de un edificio en el 90, ápice de la gloria deportiva de Maradona con el Napoli. Ahí, en una de esas callecitas bulliciosas y sobre la fachada de un viejo bar se erige la estampa titánica del Diego superpoderoso. Ahí en el barrio más maradoniano de la ciudad más maradoniana del mundo hay un Maradona que infla el pecho. Un Maradona con sello tucumano. 

“Es un barrio bien picante, no es Puerto Madero. Y los napolitanos de ahí son medio hoscos, los vagos andan con cara de perro, pero cuando ven algo vinculado con el Diego cambian automáticamente y todo es sonrisas… Es increíble, pero ahí te das cuenta de todo lo que ha generado este tipo. En el lugar hay un montón de murales del Diego con dibujos de todo tipo: hiperrealismo, dibujo a mano libre, un mural hecho con mosaicos… Estoy sacando fotos todo el tiempo porque te cruzás con Diego en todas partes”, comenta.  

¿Cómo fue que Coche llegó hasta ahí con su arte? Así cuenta el artista los pormenores de esa hazaña: “Caímos a un bar junto con Marco De Simone, un grafitero de Sicilia que me acompañó. Él empezó a decirle a la gente del lugar que yo era un artista famoso en Argentina, que yo era profesor de la universidad y no sé qué más… mentía y exageraba cosas… todo chamuyo. Entonces saca mis stickers de Maradona y se los muestra y ahí los tanos se volvieron locos… Después se puso la diez y me hizo hablar con el viejo que es dueño del bar. Cuando le conté que quería hacer un dibujo del Diego, me dijo ‘hacelo ahí’ y me señaló la pared”. 

“El lunes me he levantado como un canguro de la cama de la ansiedad que tenía, imagínate. He ido a comprar la pintura y el de la pinturería me cuenta que era hincha del Napoli, entonces Marco también lo chamuya, le cuenta del mural que yo estaba por hacer… ponele que la pintura costaba 70 euros y me dice ‘dame 40 nomás, por el Diego’. Después, cuando me fui hasta el bar y empecé a pintar, el dueño me dio 25 euros más y nos dijo que saquemos lo que queramos de la heladera… Nos tomamos diez porrones entre los dos. Mientras pintaba venían y sacaban fotos, hacían videos… Ha sido algo hermoso, muy emotivo”, continúa el relato. 

El corazón se le estrujaba con cada pincelada que daba, tanto que le fue difícil contener el torrente de lágrimas: “Fue algo tremendo, he estado todo el tiempo con el lagrimón que se me salía, te juro que me ponían la canción ‘Live is life’ y me moría ahí mismo. Los napolitanos, cuando han visto lo que estaba dibujando a Diego, se acercaban, nos daban de comer pizza… hay un amor por Maradona que es tremendo”. 

Cuando trazó las últimas líneas del dibujo, lo asaltó una mezcla de satisfacción y de emoción difícil de describir. Había cumplido su sueño: “Terminé y le di las gracias al Diego por dejarme hacerle este homenaje. Realmente, siento que he logrado una gran meta; un anhelo muy grande de mi vida”. Pero preso de esa voracidad maradoniana que no conoce de límites a la hora de soñar, Coche quiere ir por más: “Mi próximo sueño es hacer un mural grande en un edificio… Otro Diego, para mí esa siempre va a ser la mejor opción. Vos me decís ‘hacete un mural de Maradona y siempre mi respuesta será: lo hagamos ya’”.