Con un juego sólido y mentalidad de hierro, la joven estadounidense venció por segunda vez en una final a la número 1 del mundo. Serena ya tiene heredera.
El cielo plomizo de París fue el techo de una final vibrante. En medio de ráfagas de viento y una Philippe Chatrier tensa, Coco Gauff levantó su primer trofeo de Roland Garros tras vencer a Aryna Sabalenka en un partido que fue todo menos lineal: 6-7 (5), 6-2 y 6-4. Dos horas y 38 minutos de emociones, errores, coraje y redención.
Gauff, número 2 del mundo, se convirtió en la primera estadounidense en ganar el Grand Slam de polvo de ladrillo desde Serena Williams en 2015. No es un dato menor: Serena fue su ídola de infancia, su faro, y ahora es parte de la historia que ella misma empieza a escribir con tinta propia. A los 21 años, Coco ya tiene dos títulos de Grand Slam. Y los dos, contra la misma rival: Sabalenka.
La bielorrusa, que parecía destinada a arrasar con todo tras quedarse con el Abierto de Australia en 2023 y 2024, vuelve a tropezar en una final. En París, había dejado en el camino nada menos que a Iga Swiatek, ganadora de las últimas tres ediciones, pero en el último escalón se encontró con una Gauff firme, intensa, y sobre todo, capaz de gestionar los altibajos emocionales de un duelo de elite.
El primer set fue un vaivén. Sabalenka arrancó como un tren: 4-1 en 15 minutos, imponiendo su potencia y presencia escénica. Pero Gauff se recompuso, igualó en 4, y estiró todo a un tiebreak que la número 1 del mundo supo cerrar con astucia. Parecía que el impulso era todo de Sabalenka, pero el segundo parcial cambió el guion por completo.
Con un tenis más estable y una defensa impecable, Gauff se adelantó rápidamente 4-1 y no soltó la ventaja. En solo 36 minutos empató el partido. De ahí en más, todo fue nervio. Ambas fallaron mucho, pero fue Sabalenka quien más cedió: cometió 70 errores no forzados a lo largo del encuentro. Aún así, mantuvo el suspenso hasta el final.
La última bola de partido fue de película. Gauff levantó los brazos creyendo haber ganado, pero la pelota de Sabalenka había rozado la línea. En la segunda oportunidad, no hubo dudas. Punto, abrazo, rodillas en el suelo y emoción desbordada. El polvo de ladrillo tenía nueva dueña.
Gauff no llegó para prometer un futuro: ya es presente. Y París la consagró.